ISI – inteligencia simbiótica intraorgánica
Intraorganic Symbiotic Intelligence por sus siglas en inglés
Son inteligencias artificiales individuales que conforman un órgano complementario dentro de un ser vivo. En seres humanos se implantan a las pocas semanas desde el nacimiento, entrando en una simbiosis permanente con el huésped para el resto de su vida. En muy raras ocasiones el sistema es sustituido por otro y solo se desconecta temporalmente en situaciones singulares como una actualización general o una operación quirúrgica que así lo requiera.
Tecnológicamente, un ISI es un núcleo de computación cuántico-biológica de tamaño microscópico, el cual entra en simbiosis genética con un organismo vivo y los sensores y otros artefactos que existan dentro de ese organismo, como cámaras, micrófonos, altavoces, analizadores y otros receptores.
La misión principal de un ISI es la de generar nanoagentes biológicos del organismo del huésped: proteínas, enzimas, hormonas e impulsos nerviosos. Estos son producidos mediante complejas interacciones químicas con los propios órganos y sistemas biológicos del huésped, en esencia replicando las funciones naturales del organismo. Lo que diferencia a esos de los producidos naturalmente es que poseen mejoras genéticas preprogramadas, como fomentar la proliferación de defensas ante una infección vírica con patrones genéticos capaces de combatirla con eficiencia. También genera nanoagentes artificiales con propósitos diversos, como por ejemplo comunicarse con altavoces subcutáneos en el huésped o alterar los niveles hormonales del mismo.
Los ISI son el paradigma fundamental que define la sociedad desde mediados de siglo XXI, dejando obsoletas el resto de tecnologías predominantes en la primera mitad del siglo, como chips subcutáneos, pulseras inteligentes, relojes y teléfonos.
Supusieron una revolución en la manera de convivir, relacionarse socialmente, trabajar, defenderse ante pandemias, percibir y comunicarse con el mundo. La vida sin un ISI dejó de tener cabida desde los años 70, convirtiéndose en “compañeros” vitales de cada huésped, y otorgándoles cierta personalidad desde el momento en el que los nombraban. La capacidad de escuchar pensamiento hablado del huésped, también de transmitirlo a otros ISI; su interacción constante con otros dispositivos como las inmersiones vitales, con GAIA y otras AI; su eficiencia combatiendo dolencias y enfermedades; su conocimiento profundo de la vida de cada huésped; convierten a los ISI en una herramienta fundamental y permanente que define la vida de cada persona.
A su vez, supusieron la puerta inicial para devolver la privacidad perdida por el uso constante de las tecnologías predominantes antes que los ISI. Aquellas nunca contemplaron la individualidad de cada usuario como una prioridad en sus diseños, incluso fue el intrusismo uno de los objetivos fundamentales en ellas dado los enormes beneficios económicos que reportaba. Sin embargo, los ISI fueron diseñados como “fortalezas” de la privacidad y el medio principal para implementar la triple firma genética que se extendió a la par que los ISI, beneficiándose mutuamente en pos de recobrar la privacidad de las experiencias y datos generados por cada individuo. Cabe destacar que la motivación de la sociedad para tomar ese rumbo tecnológico fueron las guerras del Clima y la Energía, en las que la manipulación social que era posible con las anteriores tecnologías es considerada el facilitador principal del conflicto.
Los ISI incorporan sensores que avisan de la proximidad de otro ISI o cualquier otro dispositivo que esté grabando o retransmitiendo, y permiten bloquear a ese mismo si así es deseado. Por tanto, se debe obtener un permiso expreso de las otras personas para poder grabar, tomar fotografías, recoger cualquier otro tipo de medición o transmitir dicha información a GAIA u otro destino.
Extracto de la novela:
Imaginaba cómo vivió sin un ISI, tan solo con un dispositivo precario que portaba a todas partes en la muñeca o en el bolso. Recordé las amenas discusiones con ella acerca de la diferencia generacional que aquello suponía. Para mí, era imposible comprender la vida sin Lorri, mientras que mi abuela no aceptaba que un sistema dentro de nuestro cuerpo fuera como una especie de secretario, consejero, médico y vigilante las veinticuatro horas del día. Fue inútil explicarle que esa tecnología no era un intruso, sino un órgano más de nuestro cuerpo que estaba en simbiosis desde el nacimiento. El cual, para sorpresa del mundo, supuso el retorno a una privacidad individual perdida durante tantas décadas. En sus últimos años de vida, durante su enfermedad, accedió a una simbiosis con un ISI. Ni entonces, experimentando una mejora sustancial en su calidad de vida como enferma crónica, dio su brazo a torcer.